Un completo repaso sobre la ingeniería detrás de un cultivo
Un repaso por la tecnología que ayudó al desarrollo de la agricultura argentina y que hoy plantea un nuevo cambio de paradigma.
Los cultivos genéticamente modificados surgieron para facilitar el manejo y reducir los costos de producción.
La expansión de la agricultura derivó, primero, en un incremento del área cultivada y, luego, en la necesidad de aumentar la productividad por planta. Así, la transgénesis y los organismos genéticamente modificados permitieron la obtención de cultivos tolerantes a herbicidas (TH) y resistentes a insectos (Bt), avances que ayudaron reducir los costos de producción –por el menor consumo de combustible y cantidad de labores y aplicaciones– y disminuir el impacto ambiental por el menor uso de insecticidas, entre otros.
Ahora, un nuevo cambio de paradigma propone a la edición de genes como la herramienta que permitirá desarrollar cultivos más eficientes en el consumo de agua y en la absorción de nutrientes, con ciclos más cortos y resistentes a los eventos climáticos extremos.
Desde que la ciencia avanzó lo suficiente para crear organismos genéticamente modificados (OGM), la controversia alrededor de su uso no dejó de existir. Pero, ¿qué es un cultivo genéticamente modificado? Para aclararlo, Ruth Heinz –directora del Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVyA) del INTA– lo define como “una planta cuyos genes fueron modificados mediante ingeniería genética”.
“La modificación introducida le otorga a la planta nuevas características beneficiosas como: resistencia a enfermedades, virus, bacterias, hongos, plagas, tolerancia a herbicidas y a estreses como pueden ser sequías, heladas y altas temperaturas”, señaló Heinz y agregó: “Además, puede contribuir a cambiar los rasgos nutricionales de frutos o semillas, por ejemplo, aumentar el contenido de vitaminas o la proporción de ácidos grasos o aceites saludables”.
La modificación genética es una técnica más entre un abanico de procesos que se pueden realizar para mejorar la agricultura. “Esto se logra mediante la introducción de uno o más genes nuevos o mediante la modificación de uno preexistente, propio de la planta”, indicó Heinz y aclaró: “Una característica importante es que son cambios heredables, es decir, que se transmiten a la descendencia”.
Seleccionar las mejores características y minimizar las probabilidades de que los cultivos sean perjudicados por factores externos, son básicamente los objetivos de la genética aplicada a los vegetales. “Los cultivos GM más difundidos son los que poseen tolerancia a herbicidas (TH) y resistencia a insecticidas (Bt), aunque en los últimos años los desarrollos fueron orientados a la combinación de ambas características”, señaló Heinz.
Siembra directa, manejo de cultivos e insumos por ambiente y fabricación y adopción de máquinas inteligentes son algunos ejemplos de las herramientas que hicieron más eficiente la producción agrícola nacional y ubican a la Argentina en el grupo de países líderes en el desarrollo y uso de tecnología para el agro.
En este sentido, Mariano Bosch, vicepresidente del INTA, puso en valor el rol del instituto como un organismo público dedicado a la investigación científica y desarrollo de la tecnología aplicada al campo agropecuario y agroindustrial. “La Argentina cuenta con una tradición científica de excelencia que la destaca internacionalmente por sus logros y eso es gracias a la labor de una institución como la nuestra”, planteó.
“La soja, por ejemplo, le permitió a nuestro país ser uno de los que más rápido adoptó la siembra directa como tecnología agrícola sustentable”, ilustró Bosch y se refirió a la importancia de revisar las prácticas agronómicas recomendadas para mantener el equilibrio de los ambientes. De lo contrario, “el productor tiene que batallar contra malezas o insectos cada vez más tolerantes a los agroquímicos, pero no se da cuenta que de la presencia de una maleza en el lote es una respuesta a lo que se hace”, señaló el vicepresidente del INTA.
“Como institución científica entendemos la importancia de estudiar cómo funcionan los cultivos para actuar en el futuro”, expresó Bosch y aseguró: “Los cultivos genéticamente modificados aportan a la sustentabilidad del sistema, reducen el uso de productos químicos, permiten optimizar la producción y la calidad de los cultivos para obtener variedades que resistan sequía, baja disponibilidad de nitrógeno y hasta suelos salinos”.
En línea con una carta firmada por más de 100 premios nobeles, Bosch aseguró que no hay evidencia científica sobre el perjuicio –para la salud o para la naturaleza– que implican los OGM.
En el documento, investigadores del ámbito de la medicina, química y física galardonados con el Premio Nobel pidieron a los “gobiernos del mundo” que “aceleren el acceso de los agricultores a todas las herramientas de la biología moderna”. Además, destacaron que “todas las agencias científicas y reglamentarias en el mundo establecieron de manera reiterada y coherente que las culturas y los alimentos mejorados gracias a las biotecnologías son igualmente seguros –sino más– que aquellos procedentes de otros métodos de producción”.