La elegida para conservar el suelo

Una decisión agronómica que combina rotación de cultivos, fertilizantes y agricultura de precisión para aumentar la producción y preservar los recursos naturales. Adoptada en forma masiva en la Argentina, es una de las claves para evitar pérdidas del suelo por erosión.

La elegida para conservar el suelo
06deAgostode2013a las15:43

Tapar el sol con una mano. Eso es pensar en incrementar la productividad agrícola sin tener en cuenta la presión que se genera sobre los recursos naturales. Según una nota de la nueva edición de la revista RIA –que estará disponible en pocos dìas más–, los procesos erosivos que se producen por efecto de la naturaleza y la intensificación agrícola afectan una cuarta parte de las tierras mundiales, lo que representa un reto para la agricultura. Desde hace más de cuatro décadas, la siembra directa responde a ese desafío.

“En la próxima década debemos producir alimentos en 10 millones de hectáreas adicionales para poder abastecer a la población creciente. Si se tiene en cuenta que las tierras fértiles están todas cultivadas y se tiene que avanzar sobre áreas con mayores riesgos de degradación, la fertilización y la siembra directa son herramientas aptas para atenuar los crecientes problemas de contaminación y deterioro de suelos, aguas y atmósfera”, explica el director del Instituto de Suelos del INTA, Miguel Taboada. 

Adaptada en más del 70 por ciento de la agricultura argentina, la siembra directa (SD) es una técnica basada en el cultivo de la tierra sin arado previo. Así, no se remueven los rastrojos de los cultivos anteriores para asegurar una cobertura permanente del suelo y mejorar las condiciones físicas, químicas y biológicas del recurso. 

Según estimaciones de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), en esa vertiginosa carrera hacia otro tipo de agricultura se dejó atrás el sistema de arado milenario y se implementó esa técnica en alrededor de 90 millones de hectáreas a escala mundial, entre las cuales 45 millones se encuentran en América del Sur, la mitad en Argentina y la otra mitad distribuida entre Brasil, Paraguay y Uruguay.

Al evitar remover la tierra se garantiza una menor oxidación de la materia orgánica y una mayor estabilidad de los agregados del suelo; al conservar su bioporosidad, los canales generados por las lombrices y las raíces son más estables y permiten mayor ingreso de agua al perfil. Al mismo tiempo, la densa cobertura de rastrojos presente en la superficie protege al suelo del impacto de las gotas de lluvia, reduce el escurrimiento del agua y amplía el tiempo de permanencia sobre los residuos para una mejor infiltración. 

Consultada por la Revista RIA, la especialista en suelos del INTA Paraná, Carolina Sasal, asegura que “la SD apareció como respuesta técnica al problema de degradación de los suelos laboreados y erosionados de la región pampeana y su amplia difusión respondió, fundamentalmente, a razones económicas como la reducción en el uso de combustibles fósiles y a su simplicidad operativa”.

A pesar de que su aplicación mejoró las condiciones del suelo y permitió extender la frontera agrícola sobre tierras consideradas de baja aptitud agrícola, la solución no se agota allí. El presidente de la Asociación Argentina de Ciencias del Suelo, José Luis Panigatti, considera que “no hay que pensar que la siembra directa es la panacea, ya que debe complementarse con un adecuado plan de rotaciones de cultivos, fertilización adecuada y darle al suelo la mayor combinación de elementos que permitan conservarlo, ya que de otra manera no se recupera”.