Salarios en la Argentina: la ironía del destino

01deNoviembrede2002a las08:00

Para LA NACION

Una de las críticas que solía circular en la década del 90 respecto del comercio exterior argentino consistía en afirmar que el país estaba importando productos de países donde los sueldos eran de hambre y, por lo tanto, a los productores locales les resultaba imposible competir con los productos que se importaban del sudeste asiático. Incluso, recientemente el presidente Eduardo Duhalde afirmó que en esos años se importaban “porquerías”.

Al margen de la absoluta subjetividad sobre si lo que compra la gente son porquerías o no, lo cierto es que luego de la devaluación de nuestra moneda hemos pasado a ser un país que se caracteriza por lo barato de su mano de obra.

Hoy la Argentina tiene un ingreso per cápita del orden de los US$ 2400 anuales. ¿Cuál es nuestra situación con relación al sudeste asiático? Taiwan tiene un ingreso per cápita anual de US$ 13.925; Corea del Sur, US$ 8866; Malasia, US$ 3640; Tailandia, US$ 1820; Indonesia, US$ 690, y Filipinas, US$ 862. Si nos comparamos con el sudeste asiático, sólo superamos a Tailandia, Indonesia y Filipinas y, curiosamente, nos ubicamos por debajo de Malasia. Hoy, irónicamente, uno podría imaginarse a un taiwanés, surcoreano o malayo quejándose de las importaciones argentinas que tienen salarios de “mano de obra esclava”.

Pero más allá de lo superficiales que pueden resultar algunas afirmaciones populares, que sectores interesados en no competir logran presentar como verdades y algunos medios se encargan de contribuir a confundir a la gente, lo cierto es que luego de la devaluación se ha presentado una nueva estructura de precios relativos en la Argentina que hace pensar en cómo puede llegar a ser la estructura de la producción en los próximos años.

El primer dato que tenemos es que, fruto de la devaluación, los salarios se han transformado en un insumo muy barato. Si estos niveles se mantienen, el tipo de producción que requerirá el país debería ser mano de obra intensiva en vez de capital intensiva. Los países que tienen estructuras productivas capital intensivas tienen que recurrir a ese tipo de productos porque el costo salarial influye en forma sustancial dentro de los costos medios. En cambio, los países que tienen salarios bajos aprovechan esa ventaja para producir bienes que no requieren grandes inversiones en capital.

Pero hay dos factores más que hacen pensar que la Argentina puede transformarse en un país con bajos niveles de valor agregado. En primer lugar, la alta tasa de desocupación hace suponer que en el largo plazo será bastante difícil mejorar sustancialmente los salarios en dólares.

En este sentido cabe recordar que anualmente se incorporan al mercado laboral argentino unos 300.000 jóvenes. Esto quiere decir que habría que crear 300.000 puestos de trabajo netos. Ahora, si pretendemos bajar la desocupación en 2 puntos anuales, habría que crear otros 280.000 puestos. Es decir, un total de 580.000 nuevos empleos por año para absorber la mano de obra nueva y bajar dos puntos porcentuales por año la tasa de desocupación. Así se podría eliminar la desocupación en unos 10 años.

Racionalidad

Claro que para crear puestos de trabajo hay que invertir, y para eso se requieren reglas económicas lógicas y una dirigencia política que esté dispuesta a sostenerlas por años. Este escenario todavía no se vislumbra en el panorama político, aunque es de esperar que alguna vez ocurra. En otros términos, a partir del momento en que nos volvamos políticamente racionales necesitaremos unos 10 años para eliminar la desocupación.

En segundo lugar, luego de los destrozos institucionales que se hicieron, no serán tantos los que estén dispuestos a arriesgarse a hundir inversiones que requieran grandes capitales. La inseguridad institucional que transmitimos al m