"Arriesgué mucho, pero gané más”: uno de los primeros contratistas forrajeros dejó la actividad y remató la maquinaria en un emotivo encuentro
Apostó a la innovación, a la tecnología y a la capacitación de sus equipos humanos; hoy, cierra un ciclo y enfrenta nuevos desafíos
“Eran dos monstruos verdes que no sabíamos qué hacían”. Así recuerda Alejandro Fitte a sus primeras picadoras JAGUAR, un contratista forrajero que luego de treinta años de actividad decidió buscar nuevos rumbos.
El tambo que su abuelo tenía casi como un hobby en Alsina, partido de Baradero -provincia de Buenos Aires-, fue el puntapié inicial: “Era un tambo de punta en el que mi abuelo invirtió mucho porque, como yo, estaba loco. Era de alta gama. Venían Pancho Ibáñez y Cacho Fontana a filmar publicidades para la televisión”. Ya de adulto, en los `90, el hobby del abuelo se volvió el trabajo de Alejandro. Junto a su padre, y para el tambo familiar, llegó a picar 200 hectáreas de maíz con máquinas de arrastre.
En 1996 el papá de Alejandro tomó una decisión inesperada: compró dos picadoras JAGUAR 840 con cabezales cadeneros a Integral Insumos (la empresa del Grupo Sancor que importó las máquinas CLAAS hasta el 2000, cuando se creó la subsidiaria en Argentina). Esta decisión lo convirtió en uno de los primeros clientes de la marca en el país. “Todavía no entiendo cómo lo hicimos. No había redes ni celulares y jamás hicimos un excel, pero ahí nos convertimos en los primeros contratistas forrajeros”, cuenta. De un día para el otro pasaron de picar 3 o 4 hectáreas por día a 20, con 55 personas trabajando en toda la logística de picado (operarios, choferes, tractoristas) las 24 horas. “La ventana de picado de octubre a junio como la conocemos hoy, no existía. Se picaba a 400 kilómetros a la redonda y en muy poco tiempo porque se sembraba todo el maíz temprano”, recuerda Fitte.
“En esa época había que educar porque la gente no conocía los beneficios del forraje conservado. Hoy se pican 2,5 millones de hectáreas y ya conocemos todo, pero en ese entonces no superaba las 200.000 hectáreas en todo el país y la calidad era más que dudosa. Hoy todo es milimétrico”, recuerda.