Ganado cimarrón, el origen de la estancia
Vacas y caballos llegaron de los barcos y se multiplicaron gracias a la prodigiosa fertilidad de la pampa húmeda.
Sabemos que tanto caballos como vacas llegaron a nuestras tierras en los barcos de los españoles conquistadores. Los naturales de la región no los conocían y los nuevos vecinos trataron de conservarlos levantado corrales tan precarios como sus improvisadas viviendas. Caballos para traslado y defensa y vacunos primordialmente para la provisión de la leche y sus derivados, base inestimable de la alimentación de los nuevos habitantes.
Esos animales, que de tal forma también habían descubierto la pampa húmeda, se enseñorearon de ella disfrutando de ese verde paraíso. Pasaron casi 50 años para que don Juan de Garay refundara Buenos Aires en 1580. Durante ese casi medio siglo, vacas y caballos, sin árboles genealógicos de por medio, se habían reproducido al infinito. Pero ya no eran las nobles cabalgaduras ni las mansas lecheras. Nacidos y criados libremente en la inmensidad de una llanura ubérrima, el potro manso se había vuelto chúcaro y la vaca tranquila y somnolienta del establo, un animal peligroso.