La visión de la Argentina del nuevo ministro de Economía
"Si hay algo en lo que Argentina falló en los últimos no 30, sino 80 años, es en establecer un proyecto detrás de una dirección", afirmaba Prat Gay en 2013.
Ser un país desarrollado, la gran asignatura pendiente, según el economista.
El mayor logro de la democracia en estos treinta años es haber sobrevivido a crisis políticas, económicas y sociales que en el pasado la hubieran puesto en duda. Los levantamientos militares en la década del ´80, las crisis económicas de 1989 y de 2001, y las prácticas políticas corruptas de los veinte años de gobiernos menemista y kirchnerista, han provocado mucha desilusión en las expectativas generadas con la asunción de Raúl Alfonsín aquél inolvidable día soleado de 1983. Pero no han puesto en duda que es el mejor sistema de gobierno y que los ciudadanos, además de defenderlo, debemos bregar día a día para mejorarlo y hacerlo más transparente.
Si hay algo en lo que nuestra Argentina falló en lo últimos no treinta, sino ochenta años, es en establecer un proyecto detrás de una dirección. Durante las últimas décadas tanto la dirigencia política como la dirigencia sindical y la empresaria han caído, aún a veces en contra de su voluntad, en un cortoplacismo muy pernicioso para el desarrollo de las instituciones y de la economía del país. Paga más pensar en la renta inmediata de los próximos tres meses que ser parte de un proyecto nacional de desarrollo. Hay una incapacidad histórica de nuestra dirigencia que hay que tomar como punto de partida para lo que tenemos que cambiar.
Históricamente el país osciló y continúa oscilando entre una política institucional anti-transformadora y una política anti-institucional que se pretende transformadora. Lo que no hay como ejemplo de paradigma político en la historia del país es una política que sea al mismo tiempo transformadora e institucional. Para eso sería necesario innovar en las instituciones, y es ésta para mí, una de las mayores deudas de estos treinta años de democracia: la flaqueza de la imaginación institucional.
A los argentinos nos falta ser audaces cuando nos va bien. Si uno mira la historia económica argentina de los últimos cien años, los grandes errores de política económica y las grandes decisiones equivocadas en el manejo de la cosa pública tuvieron lugar cuando nos iba muy bien. No hemos sabido administrar los momentos de bonanza, los momentos de bienestar económico. En gran medida esa realidad es la contrapartida de un esquema de instituciones muy débiles y una cultura muy cortoplacista. Somos conservadores durante el boom hasta incluso muy cerca del desenlace final en una crisis. Después sí somos audaces en la resolución de la crisis. Seguramente porque ya no hay nada que perder; está todo perdido.
El verdadero estadista es el que, a partir de una visión nacional de país que se proyecta hacia delante, logra convencer a los corazones y a las mentes de ser audaces aún en los tiempos de bonanza. Ese es el gran desafío. Es lo que no se hizo, por ejemplo, una década atrás cuando comenzaron a sobrar los recursos por la recuperación del precio de nuestras exportaciones. El desafío era convencer a los argentinos de que esa "yapa" de u$s 20.000 millones por año, 4% del ingreso nacional, había que invertirlos para la próxima generación y no gastarlos para la próxima elección. Eso ya lo hemos despilfarrado. Demasiados populistas para tan pocos estadistas, es la marca de nuestra historia.
Hoy la economía internacional ofrece un marco muy favorable para apuntar al desarrollo sustentable, a diferencia de lo vivido en los últimos ciento cincuenta años. Desde el punto de vista de la reorganización de algunas instituciones internacionales, desde el punto de vista de la reaparición de China en el concierto internacional de las naciones (digo reaparición porque antes de la Revolución Industrial, China era una superpotencia) y la implicancia que esto tiene para países de nuestra región y para Argentina en particular: un trampolín para nuestras perspectivas comerciales. Ya no estamos más en el mundo que tan bien describía Raúl Prebisch, en el que los países periféricos estaban condenados, como Sísifo, a quedar siempre fuera del "centro".
La revolución que vimos en el campo en Argentina en los últimos años parte de una ventaja comparativa comercial que, curiosamente, se fue gestando cuando Argentina no tenía un panorama internacional favorable.