Mañana: El impacto social de la crisis del sector rural.

16deMarzode2000a las08:03
La difícil situacióndel campo argentino (Nota II)
GOYENA,Buenos Aires.- "Nos fundimos trabajando. Desde que ponemos el tractor enmarcha para roturar hasta que vendemos los granos, perdemos plata. Los técnicosaconsejan que busquemos otra actividad, pero a esta altura de la vida, ¿quévamos a hacer?", explica Luis Meunier, pequeño productor de estalocalidad.

Hace dos años tomó un crédito para comprar una cosechadora y confió encancelar las cuotas con la venta de trigo y girasol. Pero la depreciación delos granos y los escasos rindes, por sequías y heladas, cambiaron el curso desu empresa. El 85% de su capital está comprometido con bancos oficiales.

"El campo está quebrado y la refinanciación que se ofrece sóloprolonga la agonía", se lamenta Meunier.

Tranqueras adentro se anticipa que la desesperación puede derivar en rebeldía.En un itinerario por el sudoeste bonaerense, una de las zonas más castigadaspor la crisis, los testimonios indican que mientras el quebranto se agudiza ylos políticos no parecen reaccionar, el clima social alcanza el punto deebullición.

"Hemos llegado al límite de no saber qué decisión tomar. Desde elplan de convertibilidad no podemos revertir la descapitalización", señalaMiguel Angel Vera, productor de Darregueira, que tiene comprometido más del 50%de su patrimonio.

"Con la caída del valor de los productos agropecuarios, la presiónfiscal, el aumento de los costos y tasas excesivas, fue inevitable llegar alabismo. Ese es el problema y no una gestión ineficiente", sintetiza Vera.

Su relato se entronca con la historia de Luis Angel Filócomo, que trabaja1200 ha en Coronel Pringles. "Sigo viviendo del campo, pero mi situaciónpatrimonial empeora a diario. Hago retranca, pero igual me caigo en elpozo ciego", reconoce.

La acumulación de pasivos, a raíz de la compra de maquinaria con la quemejoraría sus servicios de contratista, frustraron sus proyecciones decrecimiento. "Es urgente el recálculo de las deudas, porque los montos quehoy se reclaman son ilegítimos. Crecieron sobre la base de la avidez usurera delos bancos", acusa.

Para mantenerse, Filócomo prorrogó el vencimiento del alquiler de camposagrícolas, disminuyó la aplicación de fertilizantes y restringió laboreos (acosta de disminuir los rendimientos por hectárea). "Soy consciente de quereduciré mi escala al punto de manejar una unidad mínima. Si tuviera 25 añosbuscaría un porvenir distinto", dice con aires de resignación.

Irineo Irurueta no tuvo opción. Percibe una jubilación mínima y vive en elcentro de Darregueira. Para levantar la hipoteca de esa propiedad, en 1998 sedesprendió del campo que heredó de su padre. Lo único que salvó de la ventaa tranquera cerrada fueron las imágenes que acumuló en 60 años de trabajorural. Desprenderse de la tierra fue la decisión más dura que debió tomar.Hoy, contadores e ingenieros agrónomos le dan la razón. "Un conocido medijo que si hubiera hecho el mismo sacrificio que yo, se habría salvado. Ahorani rematando el campo cubre sus deudas", explica.

En estos tiempos, las desventuras de unos representan oportunidades paraotros. Los campos pasan a manos de profesionales, políticos y megaempresas conespaldas financieras lo suficientemente fuertes para apostar al futuro rural.

"Tras ocho años de resultados agrícolas adversos, nuestro volumen deoperaciones cayó un 80% y, teniendo en cuenta la morosidad en el pago deinsumos, el negocio pasó a ser riesgoso", señala Néstor Filócomo, acargo de un acopio en esta localidad.

Así, se impone una pregunta. Si los chacar