Por una cámara nacional
Para LA NACION
Los argentinos tenemos que asumir ineludiblemente el desafío de refundar el Estado al igual que todas sus instituciones, a fin de que aquél sea eficiente en lo político, económico y social, utilizando con austeridad y equidad los fondos de los ciudadanos. Esta es la única solución para que el Estado y la política sean creíbles, no hay remedios mágicos.
En nuestro sector privado, y de modo especial en el sector agrícola ganadero, al que pertenezco, se impone el mismo reto.
La realidad actual, de crisis profunda y estructural, debe servirnos de enseñanza, pues es a partir de las serias dificultades que padecemos los argentinos de donde deberían surgir las mejores ideas para lograr un desarrollo económico sustentable que nos permita mejorar como comunidad organizada.
Ante la trascendencia que tuvo y tiene el agro como motor de nuestra economía se impone la necesidad de lograr un cambio sustancial en la estructura y el plan de lucha de los sectores representativos tradicionales.
Nadie ignora que el fin originalmente combativo de la Federación Agraria Argentina fue dejado atrás por la realidad: ya carece de todo sentido su primigenia meta de la reforma agraria, la cual plausiblemente, entre otros objetivos, tuvo por fin defender al pequeño productor de los abusos de los propietarios en el monto de los arrendamientos, a la carga excesiva de riesgos en quien trabajaba la tierra, a mejorar los niveles de comercialización cuyos costos entonces eran leoninos, etcétera. El hombre de campo de hoy no se improvisa, no viene de una inmigración masiva, ni surge por generación espontánea: se logra a lo largo de toda una vida de trabajo y continuo perfeccionamiento en las técnicas de producción. Ningún improvisado puede sobrevivir a la rudeza de la vida rural. En la actualidad, tanto el dueño de la tierra como el contratista, son empresarios con alta calificación profesional.
Plataforma
También ha quedado superado el ideario de la Sociedad Rural Argentina de agrupar tras de sí a los grandes terratenientes nacionales y, a modo de contrapeso, frenar los embates de las federaciones de pequeños colonos y trabajadores rurales. Hoy , estos grandes estancieros ya no existen, pero sí hay medianos estancieros y hombres de empresas dedicados de lleno a mejorar la producción. Igualmente, no se justifica que existan separadamente entidades como Coninagro y Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), al igual que un sinnúmero de organizaciones importantes con idénticos ideales de representación.
Es por ello que los dirigentes agropecuarios deben asumir cabalmente la exigencia de la hora actual y dar una respuesta madura, eficaz y contundente, a la acuciante realidad económica impuesta por una despiadada globalización, donde prima lo financiero-especulativo por sobre la producción.
Para ello, siguiendo el ejemplo de los industriales que tienen en la Unión Industrial Argentina un único y sólido frente de combate, las diversas instituciones del agro argentino deberían aunar esfuerzos en pos de todo el sector, sin exclusión de ningún tipo, agrupándose las mismas en una sola Cámara Agroalimentaria Nacional (CAN), donde se fusionen todas las entidades actuales. Las estructuras y la competente gama de dirigentes que poseen cada una de ellas servirían de plataforma a la nueva organización.
Sin duda todos los integrantes de la producción agropecuaria colaborarán decididamente en este proyecto, si en él se ven representados con seriedad, firmeza y convicción, por dirigentes de fuste, que actúen en forma patriótica y mancomunada en una sola dirección.
Es la hora de la entereza, del esfuerzo, de dejar las diferencias y los pequeños egoísmos personales en pos de la unidad y, por sobre todas las cosas, es tiempo de que hagamos gala de nuestro mejor patriotismo, defendiendo lo que es nu