De Angeli llevó una entusiasta caravana
Cuatro ómnibus viajaron desde Gualeguaychú.
Primero se abrieron las puertas de la Catedral San José, el impresionante templo que desde 1863 mirá hacia la plaza San Martín, en pleno centro de la ciudad. Después aparecieron los barrenderos para levantar hasta la última hojita caída durante la noche sobre la amplia vereda de la plaza y a las ocho en punto empezaron a llegar los viajeros.
Banderas enrolladas, boinas, escarapelas, sombreros, distintivos abrochados al pecho y, obviamente, el infaltable mate. No hubo cánticos ni arengas. Mucho menos, tambores, bombos o redoblantes. En la cara de los hombres -donde hubo profusión de botas y bombachas- se notaban las huellas de largas jornadas bajo el sol. Ellas, en la mayoría de los casos, iban vestidas para la ocasión.
A simple vista, se notaba que viajaban más mujeres que hombres y, además, que los jóvenes superaban en número a los adultos.
Eran las ocho en punto, cuando los cuatro ómnibus en los que iban a viajar hasta Buenos Aires se fueron estacionando uno detrás de otro; tampoco hubo arrebatos ni desorden.
El pasaje era gratis, de ida y vuelta. El único requisito para conseguirlo había sido anotarse en la lista que Jorgelina Dezorzi, secretaria administrativa de la Sociedad Rural local, llevó puntillosamente.