El plazofijismo ha muerto: hora de barajar y dar de nuevo para los inversores locales

Borges decía que, si de algo era uno rico, era de perplejidades y no de certezas. Quizás en sus crípticas y sobresalientes intervenciones literarias, el gran escritor estaba haciendo escuela en las finanzas personales de cuchilleros, malevos, rufianes de cafetín y, más cerca en el tiempo, hombres y mujeres dados a invertir en el mapa que dibujan los instrumentos locales, lo que se cifra en los números de la inversión, el azar y hasta la cábala, este último, por mencionar un elemento que le era muy querido. Porque si algo le sobraba a Borges era curiosidad y paciencia: justo los atributos que, a partir de ahora, le harán buena falta al inversor argentino.

24deDiciembrede2009a las07:53

La frase de Borges, eso de que nadie se hace rico con las certezas, está bastante bien si se la piensa en clave plazofijista: invertir en un instrumento –en este momento generoso en amarretismo– como el plazo fijo, es culturalmente uno de los pilares de la inversión en certeza criolla junto a los ladrillos anaranjados.

Sin embargo, en los últimos meses, la tasa de interés que pagan los plazos fijos a los ahorristas argentinos va camino a convertirse en un auténtico caso de peor-es-nada, si tenemos en cuenta que debido a la gran afluencia de pesos en el sistema financiero, ya remuneran por la triste figura de un dígito; que es lo que hay hoy en el mercado local.

Esto, comparado con la inflación del 15% anual promedio estimada para 2010, deja un saldo negativo en términos reales que, para aquellos con expectativa y cierta inquietud inversora, resulta indigesta y que habrá que ‘pasar‘ con una bochita de helado de crema o una buena cartera diversificada de inversiones. Esperar una recomposición de estas tasas puede ser una de las apuestas, pero esta operará siempre de la mano de la inflación, razón por la cual nunca será buen negocio del todo.