La suerte del canje de deuda estará atada a la permanencia de Amado Boudou en el cargo
Le compraría un auto usado al dueño de un desarmadero? ¿Aceptaría un pagaré de alguien que aparece en el registro de deudores? ¿Compraría un bono a un defaulteador serial?
“Sí, pero todo depende del precio”, responde una voz en su interior, la misma que con eso de “la vida es hoy”, lo incita a cambiar ese Telefunken de 4 colores a pedal de 1970 por un flamante pantalla plana High Definition Modelo 3D. Usted se niega pero la prueba de la blancura sigue: suponga entonces que esa misma noche, usted fuera despertado a los empujones por la botinera Victoria Vanucci disfrazada de Papá (Mamá) Noel y que ella, con retórica infantil y ademanes seductores le hiciera prometer un “sí, quiero el pagaré...” ¿qué tasa de interés pediría usted por semejante hazaña inversora?
Al Gobierno y a los bonos que éste emite le están bajando el pulgar. Afectados por la incertidumbre internacional que, parece, inventaron los griegos –ahora dicen que Platón falsificaba las cifras que utilizaba en sus discursos para agradar a Sócrates–, el precio del riesgo es cada día más caro y afecta a los países cuyos activos resultan menos confiables. La Argentina es uno de ellos. A eso se suman los vaivenes de la argentinidad (Fondo del Bicentenario + Hotel Calafate + Inflación). Todo arroja una fuerte caída en el precio de los títulos públicos, que tiene como contrapartida un aumento del rendimiento de esos bonos. En castellano, el inversor hace caer el precio porque para comprar uno de esos bonos necesita como contrapartida una tasa de interés mayor y la única forma de conseguirlo es comprarlo más barato. Entonces, a mayor riesgo, mayor rendimiento, menor precio del activo y menor apetito por la deuda soberana.