Huerta: empezaron en el patio de una villa porteña y ahora venden sus verduras a un hotel 5 estrellas
14 mujeres se animaron a trabajar la tierra y crearon un vivero orgánico; producen bolsones de verduras para el barrio y kits de agricultura urbana para comercializar
Hace 11 años cuando Elizabeth Cuenca pisó por primera vez Argentina nunca imaginó lo que le esperaba a futuro. Cuando decidió irse de Cajamarca, Perú para vivir con su hermana en la villa Rodrigo Bueno, no sabía que iba a terminar siendo encargada de un emprendimiento barrial, que no solo tiene impacto económico sino social.
“Fue una época muy difícil, era imposible conseguir un trabajo. Hay una palabra que dicen en el barrio que es ´recursiarse´, hacerse de recursos, buscar la forma de sobrevivir porque con lo que vas haciendo no te alcanza”, contó Elizabeth en entrevista con Agrofy News.
Huerta: el caso de la Villa Rodrigo Bueno
La villa está emplazada en Costanera Sur, a metros de la Reserva Ecológica. Para la mayoría de las mujeres que viven ahí, la vida consiste en ir a trabajar de casa en casa, de changa en changa: “Pasamos por muchas etapas en el barrio y llegó un momento en que el Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) se acercó para llevar a cabo la urbanización. En una asamblea de vecinos les pedimos que nos dieran herramientas para trabajar, para aprender un oficio”, contó Elizabeth.
Fue así que comenzaron con varios talleres: serigrafía, cerámica, encuadernación y uno de Arte y Naturaleza, el cual le abrió una puerta enorme que nunca se cerró: “En ese momento nos enseñaban a hacer jardinería, para plantas ornamentales. Con el transcurso del tiempo aprendimos a curar nuestras plantas de decoración que se nos iban enfermando en casa. Un día se me prendió el foquito y le dije a las talleristas “Si tenemos tierra, si podemos conseguir semillas, ¿por qué no podemos cultivar hortalizas orgánicas?”. Así empezó todo.
Si bien Elizabeth no tenía conocimientos en ese tipo de producción, en Perú se crió en una familia que tenía un terreno bastante grande y se dedicaba a la huerta: “Mi madre lo cultivaba. Ella sabía exactamente qué hacer y yo no tenía idea, era muy chica”.
Pero eso no la frenó y junto a otras mujeres del barrio empezaron a hacer cajones de germinación: “Hicimos unos veintitantos y no teníamos dónde ponerlos. Era un patio de 2x2 de una vecina. Ahí se fue abriendo un sendero para buscar un lugar donde poner nuestras hortalizas. Hablamos con el IVC y nos prestaron un espacio por un mes y después un vecino nos dijo que no podíamos estar más ahí”, contó.
Finalmente consiguieron otro terreno, que todavía está, a espaldas del monumento de Rodrigo Bueno. Estando en ese último espacio, en una asamblea se enteraron que existía un vivero como parte del proyecto de urbanización del barrio. Elizabeth inmediatamente pensó: “Me gustan las plantas y acá tengo que estar”.
El proyecto de la Vivera Orgánica
Elizabeth encontró su lugar sin darse cuenta. Sabía que tenía que ser parte de ese proyecto y fue así que un sábado durante el taller de jardinería, convocó a sus compañeras a sumarse como voluntarias: “Muchas se me quedaron mirando y me decían ´Eli es un vivero, nosotras no sabemos nada de eso´, a lo que yo respondía ´Pero podemos saber”. Finalmente armamos un proyecto para presentar al IVC para que nos tuvieran en cuenta y lo que hice fue ir a la oficina personalmente y pedir una reunión”.
Ese empuje casi “inconsciente e impulsivo”, como describe ella, logró que finalmente les llegara la propuesta: Se sumó el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat y les pidieron que se hicieran cargo del vivero. Con conversaciones del Gobierno de la Ciudad con la Reserva Ecológica se pensó en un principio en cultivar plantas nativas, y luego a pedido de las mujeres se sumó la huerta orgánica.
“Invitaron a la ONG Un Árbol para mi Vereda para llevarlo adelante. Presentaron un diseño del proyecto del vivero huerta y nos dijeron que teníamos que pagar todos los impuestos nosotras. Es un emprendimiento autosustentable, por ende no íbamos a tener un sueldo, íbamos a tener que generar nuestros propios ingresos. Y dijimos que sí”, contó Elizabeth.