"Otras no se animaban": la historia de la docente que trabajó 30 años en una escuela rural y hoy administra un campo
Mónica Sainz fue reconocida con el premio Lía Encalada por su trayectoria en educación rural; llevó adelante proyectos para unir a los alumnos con el sector
Para Mónica Sainz, ser docente durante 32 años en una escuela hogar no fue un sacrificio, todo lo contrario: “Es lo que me gustó hacer toda la vida”, expresó. Cuando se recibió, tuvo que elegir dónde trabajar y no dudó: “Entre la escuela de pueblo y una rural, me quedé con la rural”.
Mónica vive enLa Adela, un pueblo al sur este de La Pampa que pertenece al departamento Caleu Caleu. “Limita con el Río Colorado; si cruzamos el puente para el sur estamos en Río Negro”, detalló. A 22 km se encuentra la Escuela Fortunato Anzoátegui N° 186, donde fue maestra, principalmente de primer grado, hasta hace dos años cuando se jubiló, coincidentemente con el inicio de la pandemia.
Educación rural: unir lazos
La escuela solía tener cerca de 85 alumnos, hoy quedan unos pocos: “Al principio había muchos hijos de empleados rurales e hijos de propietarios, pero luego la gente se fue yendo del campo”, contó y continuó: “Iba todos los días a las 7.30 de la mañana en mi auto o con otros docentes y volvíamos a las 15.30 de la tarde. Un día a la semana, cada 10 días nos quedábamos a hacer guardia. Me llevaba a mis 6 hijos que también iban a clases”.
La escuela tiene orientación en educación agropecuaria y los alumnos aprenden todo lo que se necesita para trabajar en el campo: “Los chicos que asistieron a esa escuela son diferentes. En el campo hay más tiempo para explicar, buscar otra metodología, herramientas, se experimentan otras cosas”.
Mónica resaltó que el trabajo en una escuela rural se vive ”como una familia”: “Las madres venían los lunes a entregarnos sus hijos para que los tuviéramos hasta el viernes y se volvían con los esposos a trabajar al campo. Hay lazos muy fuertes entre las familias de campo y los docentes, y los no docentes: la cocinera, la celadora. Nosotras sabíamos que teníamos esa responsabilidad”, contó.
La docente contó una experiencia muy linda que tuvo apenas se inició a dar clases: “Tenía un alumno que se llamaba Julio, que ya era grande para 5to grado, tenía 14 años. Pasó el tiempo y fui la maestra de primer grado de su hija, Mayra. Ella luego tuvo otra nena, Uma y la tuve de alumna también. Eso fue hermoso. Hubo muchos casos así y solo se daba en ese tipo de escuela”.
Consultada acerca de cuál era el destino de los alumnos luego que terminaban primaria, Mónica contó: “Muchos chicos que sus papás eran propietarios de campos pudieron seguir sus estudios en Bahía Blanca, otros no pudieron y se dedicaron al campo”.