La raza patagónica que tiene marca propia
La cría extensiva de la cabra criolla neuquina es aún, en el siglo XXI, el sustento de 1.500 familias que no conciben la vida sin la trashumancia
Valdemar Torres hizo su primer arreo a los 14 años, cuando fue a la veranada con su hermano mayor desde Paila Leche, en el norte neuquino. Allí la trashumancia se practica, desde tiempos ancestrales, como sustento de la familia.
Con la llegada del mes de noviembre, el paisaje se ve surcado por el tránsito de hombres a caballo, guiando a un rebaño o piño de cabras hacia el departamento Minas, en la provincia de Neuquén. Los crianceros, como se autodenominan quienes se dedican a la cría de chivitos, los trasladan desde las zonas más bajas, calurosas y desérticas a lugares más frescos y húmedos, con mejores pasturas para engordarlos.
La producción ganadera se caracteriza por la trashumancia y la cría extensiva de la cabra criolla neuquina, herencia de los antiguos pobladores. Esos elementos, sumados al conocimiento acumulado en el tiempo, son la esencia del “saber hacer de los crianceros” y confluyen en un producto típico: el Chivito Criollo del Norte Neuquino.
“Ellos no conciben la forma de vida sin la trashumancia”, dijo Marcelo Pérez Centeno, del IPAF Patagonia. “Los cuatro o cinco meses que están abajo, con los animales que se van adelgazando y con toda la crudeza que implica el invierno en esta región, con ambientes muy secos, poca precipitación y poco pasto para los animales, esperan la primavera con ansias”, agregó.
Como muchos en la región, Torres, hoy presidente del Consejo de la Denominación de Origen del Chivito Criollo del Norte Neuquino, desde niño soñaba su futuro: “Ser un criancero, para nosotros, encierra muchas cosas: primero el valor cultural, que lo traemos de nuestros padres y antepasados y lo llevamos adelante a pesar de las adversidades de las condiciones climáticas”, explicó.