Un tambo impecable, donde las vacas usan collares
Visitamos la explotación de la familia Alberto en San Vicente, donde la tecnología se aplica en un tambo real, con resultados de excepción.
Siempre es bueno ver de cerca cómo los tambos trabajan y más aún si la tranquera se abre para mostrar de manera real y a una escala promedio cómo la tecnología colabora con el crecimiento de cada día.
Siendo el único tambo que sobrevivió a una larga historia lechera en San Vicente, con 235 hectáreas en el centro-oeste de la provincia de Santa Fe el establecimiento El Chiflón se luce a pesar de la jornada gris que acompañó la recorrida, justo en el límite con Angélica y San Mariano.
Con distanciamiento social y dispuestos a la charla, Julián y Paulina Alberto empiezan a contar la historia familiar. Fue su abuelo el que emprendió el camino de la lechería, con un socio que hoy sigue participando de esta sociedad. Pero con la pronta partida del iniciador, fue su papá quien de joven quedó a cargo del desafío. Julio desde los 18 años empuja la explotación, intercalando el trabajo con su formación como veterinario, tradición que legó a su hijo, mientras Paulina optó por ser contadora pública y es la responsable de la administración de la empresa.
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Comenzando por lo reproductivo y sanitario, Julián, con 30 años, se encarga ya de la gestión de un tambo puro sin sostén en la agricultura, uno de esos establecimientos que define a la cuenca lechera. Julio supo dejarle lugar a sus hijos para la toma de decisiones, aportando la mirada de la experiencia, pero entendiendo que la innovación es fundamental para la continuidad de la tarea.
“Este es un tambo semi-pastoril, porque las vacas pastorean dos veces por día además del suplemento que les damos, con mixer en los potreros y la dieta especial en los comederos que hay en el tambo. Tenemos 290 animales totales y 252 en ordeño, además de la recría y las vaquillonas”, detalla Julián explicando los ocho mil litros diarios promedio en el último mes, habiendo subido desde el verano, cuando muchas vacas estaban secas por los partos estacionados a partir de marzo, aunque un pequeño lote tuvo la parición en enero.
“Charlando un poco con colegas y la gente que nos asesora, el año que viene no vamos a ir tanto por la estacionalidad tan marcada, al contrario de lo que piensa todo el mundo”. Para no tener vaivenes en la cantidad de litros y con confort animal asegurado, será el que viene un verano diferente, para probar una manera propia de organizar los partos, pero también una manera de bajar los costos en el día abierto hasta que se vuelvan a preñar las vacas, porque pueden ser entre 120 y 160 días en condiciones estresantes por los días de mucho calor.
“Si tenemos las condiciones para tener bien a los animales, no sé por qué hay tanto miedo con los partos en verano”, reflexiona, mientras recorre los lotes de las que ya están preñadas y tendrán los terneros entre diciembre y febrero; y las terneras que esperarán hasta marzo.