Es argentino, elaboró un vino en homenaje a su abuela y hoy maneja el mejor viñedo del mundo
La bodega de Sebastián Zuccardi tiene la capacidad de producir 700.000 botellas y exporta a 60 países; el entramado familiar de tres generaciones apasionadas por su tierra
|“Mi vida y mi pasión es el vino, y creo en el lugar donde vivimos y cultivamos. No trabajamos para los reconocimientos, pero sin dudas estos nos ayudan a llevar el mensaje, visibilizar y profundizar nuestro camino. Primero el mensaje del lugar. Por eso creo que los reconocimientos son antes que nada para la región. En el vino no hay posibilidades de que nos vaya bien individualmente si no hay reconocimiento para la región y para un conjunto de productores que trabajamos allí. Nos necesitamos entre los productores, por eso compartimos y luego competimos. El segundo reconocimiento, y que me pone muy contento, es al camino de la familia, su búsqueda de ser mejores siempre. Y tercero, el equipo con el que actualmente llevamos adelante la empresa”, confiesa Sebastián Zuccardi, director y winemaker de Zuccardi Valle de Uco sobre los galardones que cosecha año tras año la bodega familiar. Hace poco, y por tercera vez consecutiva, Zuccardi Valle de Uco fue seleccionada como la mejor bodega y viñedo del mundo en una nueva edición de “The World’s Best Vineyard”en la que participaron más de 1500 establecimientos.
A Sebastián lo enorgullece que sus vinos tengan sentido de lugar y cuenten la historia de los pueblos del Valle de Uco a través de la Cordillera. “Los determinan el paisaje, el clima y el suelo, y representan nuestra mirada e interpretación. Tienen identidad y unicidad, que no buscan la perfección. Somos una familia que hace tres generaciones cree, vive y transmite las características de nuestros terroirs a través de los vinos”. La bodega actualmente tiene una capacidad de producción anual de 700.000 botellas y exportan a alrededor de 60 países.
¿Cuál fue tu primer contacto con los viñedos? ¿Qué legado y valores te transmitió tu abuelo Alberto?
Somos una familia de viticultores, apasionados por la tierra y por el lugar donde vivimos y hacemos vino. Mi abuelo era ingeniero civil y tenía una empresa de construcción que se dedicaba a desarrollar sistemas de riego. En Mendoza el agua es un recurso muy escaso y proviene en su totalidad del deshielo de la nieve que cae en la Cordillera de los Andes. Esta situación hace que la gestión en el uso del agua sea sumamente importante.
Su obsesión tenía que ver con el uso adecuado del agua, por lo que desarrolló un sistema muy eficiente para la época. A partir de esto, compró en 1963 algunas hectáreas en Maipú para poder demostrarle a los productores de la zona las bondades de su sistema. Esto fue un antes y un después en su vida. Se apasionó por la agricultura, descubrió que llevaba un viticultor adentro y así comenzó la historia de nuestra empresa familiar. Luego, mi padre se incorporó en 1974 con una mirada muy puesta en lo vitícola. A partir de ese momento ampliamos nuestras hectáreas plantadas en Maipú y avanzamos hacia la zona de Santa Rosa, al este de Mendoza, todo esto con el fin de producir el mejor vino que pudiéramos hacer y darlo a conocer, y fue así que empezamos a embotellar con marcas propias.
Desde que tengo conciencia, mi vida siempre estuvo rodeada de viñedos y con el campo como gran patio de juegos, el lugar donde andaba a caballo, en bicicleta, jugaba al fútbol y pasaba mis fines de semana y vacaciones. Desde muy chico mi abuelo y mi papá me llevaban a recorrer las fincas. Mi abuelo era un gran apasionado por la naturaleza y estaba convencido de que el hombre debe obedecer sus reglas, no podemos hacer lo que queremos con la naturaleza, sino lo que ella nos permite y acompañarla. Esa conciencia siempre nos la transmitió intensamente, al igual que la noción de que lo más importante que teníamos en nuestra vida era la libertad: no hacer nada que no nos hiciera sentir libres.
Hice el secundario en un liceo con orientación enológica, y en el momento de elegir qué carrera universitaria seguir, decidí estudiar algo que me permitiera seguir vinculado al vino, pero desde el viñedo, donde está el origen de todo lo que hacemos. ¡Sentimos que cultivamos vinos!
Primero comenzó como un hobbie y con los años se convirtió en un oficio apasionante. ¿En qué momento decidiste involucrarte de lleno en el negocio familiar?
Nos criamos en el vino. En nuestra casa se hablaba todo el tiempo de vino, se respiraba vino. No solo es un negocio sino algo mucho más importante: es una forma de vivir.
Me sumé a la empresa primero con un proyecto de elaboración de espumantes, llamado Alma 4, a fines de los años noventa. Fue algo que armamos con tres amigos, Mauricio Castro, Agustín López y Marcela Manini, mi pareja hasta el día de hoy y madre de mis dos hijas. Hasta ese momento la familia no elaboraba espumantes, así que pude sumarme trayendo un proyecto nuevo. Esto me permitió abrir mi propio camino, aportar algo nuevo a la familia y construir mi identidad. Todo empezó cuando cursábamos los últimos años de estudio en el Liceo Agrícola y Enológico Domingo Faustino Sarmiento de Mendoza, donde -como parte de nuestra formación- conocimos la técnica de elaboración de espumantes e inmediatamente nos surgió el interés.
Nuestra curiosidad y el hecho de no estar atados a convencionalismos nos llevaron a comenzar a experimentar con variedades no tradicionales -incluso tintas- o con vinos bases que hubieran pasado por barricas.