Los Ombúes: el templo criollo de 242 años con la única mujer pulpera

Dos inmensos ombúes enmarcan a la pulpería con más de 240 años de historia

Por Leandro Vesco | Agrofy News

Cuando Argentina ni siquiera era un sueño, la Pulpería Los Ombúes ya estaba abierta. Los papeles nos dicen que para 1780 existía una posta en el mismo lugar y que nunca más cerró sus puertas. Desde hace 116 años la familia Inzaurgarat está a cargo del mostrador, y hace treinta años Elsa (66 años) la atiende, siendo la única pulpera de la provincia de Buenos Aires. “Es parte de mi vida”, afirma emocionada. Creció entre las estanterías y el peso de estar frente a un lugar que tiene 242 años le calza cómodo, pero le afecta sus sentimientos. “Me acuerdo de mi padre y lloro, toda mi familia trabajó acá”, confiesa con lágrimas.

La historia de "Los Ombúes"

Dos grandes y centenarios ombúes enmarcan la pequeña y criolla pulpería, que se ubica cerca de Chanaut, en el Partido de Exaltación de la Cruz, a sólo 100 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. “Cuesta entender que esté tan cerca, acá el tiempo se ha detenido”, asegura César Bonaparte, hace 44 años le lleva mercadería a este templo criollo. “No he faltado nunca, y ni siquiera por lluvia dejo de venir”, aclara. El camino de acceso a “Los Ombúes” no es el mejor, y hacerlo con agua materializa un inmenso amor hacia Elsa. Todos los guiños y señales propias de las viejas pulperías, se encuentran aquí.

Aquella emoción de Elsa, se exterioriza. La puerta aboveda, su pintura blanca, impoluta, algunas mesas al aire libre y el interminable horizonte que abraza la confidente y solitaria pulpería, recrea una postal de profundo sentido criollo. Las mujeres dominan la escena. “El lema de la pulpería es: lo que no ves, pregunte”, asegura Carina Godoy (44 años), la atiende junto a Elsa. “Somos dos mujeres al frente, y nos sentimos muy cómodas”, asegura. El público es mayoritariamente masculino, y ellas se hacen fuertes en la diferencia de género.

“Nos vienen a pedir consejos”, confiesa Carina. En la dilatada geografía pampera, la paisanada busca no sólo algún trago o abasto, sino también contención emocional. “Problemas con las esposas, hijos, encargados de campo”, enumera las cuestiones por las cuales los oídos de Elsa y Carina son anhelados. La realidad productiva del campo bonaerense ha cambiado, y la mano de obra rural se ocupa con trabajadores del litoral. “Para ellos debe ser difícil adaptarse a esta realidad, nosotras los hacemos sentir como en casa”, afirma Carina.

Así como antaño, la libreta es la tarjeta de crédito rural. A un costado del mostrador, un fichero con docenas de libretas lo decoran, también las hay más grandes. Las pequeñas son para familias, las otras para estancias que hacen sus compras acá para sus empleados. “Todos pagan”, aclara Elsa. “Antes se pagaba una vez al año, ahora, mensual”. Sólo su presencia genera veneración y respeto. “Ella no deja a nadie a pie, siempre da crédito”, afirma Susana Lescano, clienta que vive en un puesto de una estancia. “Hay momentos en el mes que no tenés plata, pero ella nos deja llevar productos”, agrega.

 "Elsa lo consigue"

“Para los niños es muy importante la pulpería”, a pocos kilómetros se halla una escuela rural. Van los hijos de los puesteros y trabajadores rurales. No hay pueblos cerca, los útiles los compran en “Los Ombúes”. “Si algo no está en ese momento, Elsa lo consigue para el día siguiente”, aclara Susana. “Hacemos un servicio completo”, manifiesta Carina. Elsa nació en este solar. “Ella comprende mucho a la gente del campo”, sugiere Carina.

“La consultan por remedios caseros”, cuenta. Desde 1955, la pulpera caminó estas huellas y estuvo detrás del mostrador acompañando a su padre. “Pocas personas han visto tanto”, completa su ladera. Entonces, a las obligaciones propias de su oficio, se le agregan la de curandera. “Ella cura el empacho y cura a los animales”, agrega Carina. “Los vecinos le mandan fotos de gallinas o vacas por WhatsApp y Elsa sabe cómo curarlas”, afirma.

 

La pulpería conserva el diseño de aquellas que fueron mojones de civilización en los siglos XVIII y XIX. Un pequeño ambiente bajo techo se enfrenta con las rejas y un recoleto mostrador. Detrás, las estanterías donde se exhiben cientos de artículos y botellas. Se tiene la sensación de estar dentro de un Aleph rural: todo lo que existe está allí. Un salón a un costado con mesas y un pool, sirve de espacio para entretenimiento y epicentro de torneos de truco y mus.

“No hay pulpería que tenga más historia”, refiere Bonaparte. Tiene razón. El registro más antiguo la data en 1780, aunque podría ser más longeva. “Es importante porque acá se habla de temas nuestros: caballos, el campo, la familia”, explica. Personaje arquetípico, nacido en San Andrés de Giles, hace 50 años que es viajante de boliches camperos y pulperías. “Hace 44 años que vengo, y nunca fallé”, reafirma. “Tengo un record” –advierte apoyado en una estantería- “en 50 años de trabajo jamás me tomé vacaciones, no puedo dejar sin mercadería a la gente del campo”, sentencia.

Su trabajo es vital, trae garrafas, yerba, mate, azúcar y lo que le pidan. “Por algo esta pulpería es la que más años ha aguantado”, sugiere Bonaparte, buscando una explicación del por qué este pequeño islote de ladrillos unidos con barro y este techo criollo generan tanto hechizo.

 

La gastronomía es un factor importante por el cual “Los Ombúes” es muy apreciada por turistas y viajeros solitarios, es una parada obligada. El sándwich de jamón crudo y queso que preparan es una experiencia que evoca delicados sentimientos, generoso y suculento, es rendidor y fundamenta el viaje por los agrietados caminos de tierra. “Viene mucha gente”, aclara Carina. Los fines de semana, la pulpería capturó ese público que en pandemia necesita de un espacio al aire libre donde recuperar la paz, la tranquilidad y los sabores.

En moto, a caballo o bicicleta, el polvoriento camino que conduce a la pulpería es transitado. Las mesas al aire libre se ocupan enseguida. Pero el predio es amplio, y no falta el picadito de futbol entre amigos. “Es como nuestro club”, resume Carina. Punto de encuentro por excelencia, todo termina con una picada, un aperitivo y un trago que es usual aquí, muchos gauchos prefieren el whisky con coca cola. Gustos locales.

“Trabajamos mucho en pandemia”, recuerda el 2020 Carina. La pulpería jamás cerró. “No podemos hacer eso, la gente del campo depende de nosotros”, resume Elsa, de pocas palabras, pero muy clara en sus conceptos. Su función es simple y poderosa: permitir que la vida se desarrolle en este rincón apartado y bondadoso del mapa. Por protocolo tuvieron modificar algunos espacios y traer mucha más mercadería. “Fue nuestro supermercado”, comenta Tito Bouza, asiduo cliente. “Acá encontrábamos carne, frutas, comida, de todo”, agrega.

La pulpería en la cuarentena volvió a cobrar su sentido original: ser la solución para el habitante de la llanura. “Nunca trabajamos tanto”, recuerda Carina. Anexaron tienda de ropas y ferretería, también hacían comidas. “Hubo días que dormíamos poco con Elsa, pero ella sabe que mucha gente depende de la pulpería”, asegura Carina. Códigos rurales, señales de un compromiso que va más allá de llevar adelante un comercio.

“Si no estuviera la pulpería sería muy difícil la vida en el campo”, reconoce Bouza. Cuando el sol se despierta en el horizonte, las puertas se abren y después de la caída del astro, “Los Ombúes” continúa abierta. “Me siento muy feliz de estar acá”, confiesa Elsa. “Siento que he encontrado mi lugar en el mundo”, le contesta Carina. Ambas, ya entraron a la historia y en el corazón de la comarca campera. Hay pulpería para rato.  

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