La Esquina de Argúas: el boliche de 1817 con el pulpero más viejo del país

La historia larga, emotiva y sentimental de un boliche que comenzó a funcionar casi al mismo tiempo que el sueño de la independencia

Por Leandro Vesco | Agrofy News

Un año después del sueño de la independencia del país, en 1817, abría sus puertas la pulpería “La Esquina de Argúas”, en el partido de Mar Chiquita. El dato no es menor, una deshilachada bandera argentina flamea en lo alto en la entrada al templo criollo. En la ya legendaria esquina, el espíritu patriótico se renueva todos los días y deja sus huellas. “Hago lo que tengo que hacer, mantener abierta la pulpería, otra no queda”, afirma Generoso Villarino, con sus 84 años es el pulpero más longevo del país.

"Templo criollo" en Mar Chiquita: la Esquina de Argúas

“Para nosotros es nuestro club”, sostiene Germán Méndez, trabajador rural y cliente. En esta categórica soledad rural, alrededor de este mar de tierra, no está solo Generoso, una vigorosa y leal compañía de escuderos lo apuntalan al hombre que nació domador y terminó en la misma pulpería que venía cuando trabajaba en las estancias de la zona. Vueltas de la vida, esta esquina campera no iba a dejarlo ir a otros horizontes. Paraje y esquina, llevan el nombre de la pulpería. En el campo, los nombres se piensan en función a la utilidad. “La pulpería de Generoso o don Villa”, también se la conoce en los últimos años. El mar, esa pampa líquida, está a menos de 40 kilómetros y esa callada presencia que se insinúa, suma encanto.

La historia de la pulpería es larga, emotiva y sentimental. No hay otra igual. Juan Argúas en 1817 tuvo la idea de levantarla, entonces la soledad era absoluta, en la actualidad, es igual. Para aquel entonces el mapa se estaba formando. La encrucijada era parada obligada de carruajes que iban a la costa y a “campo adentro”. Juan Manuel de Rosas, cuando andaba por estas tierras baldías, se acercaba y ensayaba alguna charla con el pulpero, pero también con los indios y los gauchos, habitúes de este estratégico refugio. La esquina estaba destinada a la fama.

“Para mí es un sueño cumplido”, afirma Generoso, al referirse a estar atendiéndola. “Estuve del otro lado del mostrador y ahora de éste, el destino así lo quería”, reconoce Villarino. Nació en 1937 en Tamangueyú, Lobería. “Hace cincuenta años me vine para estos pagos a domar en la Estancia El Tehuelche, y ya me quedé”, agrega. Durante todo este tiempo, frecuentaba la pulpería. “Siempre fue nuestra diversión, el lugar para tener conversaciones de campo”, resume. El viento arrima distancias, y la pulpería, acerca hombres solitarios. Los hilos del destino le tenían una sorpresa. “En 2010 me la ofrecieron la pulpería y acá estoy, tirando”, afirma.

“Generoso es el cura de este templo criollo”, asegura emocionada Natalia Lescano, técnica en turismo. Tuvo una idea genial: organizar grupos para visitar la pulpería, su emprendimiento es “Almacén  de Tours”. Creó el turismo de pulpería. Es un montón. “Viene gente que conocía la pulpería de cuando trabajaba en los campos, y al verla de nuevo, se emocionan”, describe el mapa del sentimiento. “Te transporta, es como si el tiempo jugara acá adentro”, sostiene. “Es mágica, entras y ya te haces amigos” Misterios propios de estas paredes bicentenarias. “Quiero mostrar nuestra cotidianeidad, para nosotros es normal venir a la pulpería, es parte nuestro”, asegura. Le va muy bien.

Coronel Vidal está a 17 kilómetros. También el mundo y sus ruidos, la autovía 2, los camiones, autos y ese movimiento que desaparece en esta esquina que tiene el ritmo de una siesta completa y prolongada, muy feliz. “Nos hace falta la pulpería, por eso venimos todos los días”, afirma Gabriel Méndez, uno de los leales amigos de Generoso. “Hay que acompañar al hombre, para eso estamos”, agrega. “Es una obligación, trabajamos mucho, pero también venimos mucho a la pulpería”, sentencia Martín. “No sé jugar a las cartas, pero igual me siento y estoy”, suma Méndez. Lo importante es estar, las paredes de barro son sostenidos por el corazón y la rutina.

¿Cómo llegan a la pulpería? Por un llamado interno. “No hay mucho secreto, hay que venir”, resume Méndez. Entonces se ven caballos, tractores y viejos catangos. F100 y viejas chevrolets, algunas sin capots, otras con las cajas con fardos, algún repuesto, y palas. La pala nunca falta. Puertas que se abren y cierran a los golpes. El óxido y los alambres, presentes. La propia puerta de la pulpería tiene una cerradura de maña. “Está siempre abierta, pero pocos pueden abrirla”, asegura Generoso. Es así: “Pones un pie acá, la mano allá y empujas de esta manera, y abre”, misterios del universo pulpero.

La pulpería es de las pocas que conservan su estilo original. Techo a dos aguas, y paredes de barro. Piso de tierra, duro, liso e inmortal. Una reja separa el mostrador del salón, pequeño, acogedor y fresco. Tres mesas caben en este solar, pero son suficientes para que los visitantes tengan un espacio para abandonarse de las preocupaciones. Los amigos de Generoso, están detrás de las rejas, en ceremonial escuadra: todos con sus vasos y boinas. Una mesa de pool, atrae y divierte. Las estanterías muestran el folclore. La magia misma: una imagen de la virgen del Luján, con las cañas “Quemadas”, unos cuchillos y almanaques de años idos. “La motosierra está a la venta”, afirma Villarino, señalándola en el mostrador. De para todo la pulpería.

“Necesitaría algo de apoyo”, reclama Villarino. No tiene electricidad, un viejo generador escupe humo y ruido, y lo prende cuando el sol se despide del horizonte. Gasta $20.000 por mes en nafta. “Me gustaría tener una pantalla solar, con eso me arreglaría”, afirma. Sus amigos asienten. Declarada Monumento Histórico Municipal, urge que ese papel se traslade a la realidad. “Los muchachos vienen a jugar a las cartas, me acompañan”, asienta Generoso, señalándolos. “Lo mejor que tiene la pulpería son ellos, y los animalitos que me gustan mucho”, resume.

Patos, gallinas, algunos chanchos y perros. “A ninguno le pongo nombre, porque después me encariño”, cuenta, abriendo su corazón. En la primitiva soledad rural, un perro cuzco es un pilar fundamental. “Me levanto temprano para darles de comer. Pero el ambiente en la pulpería arranca al mediodía, y mucho mejor, a la tarde”, completa.

“Nos dimos cuenta lo que tenemos, y comenzamos a valorarlo”, afirma Lescano. Su emprendimiento atrajo a vecinos de Mar Chiquita, quienes en época de cuarentena debieron comenzar a ver el mapa interno. En moto o en bicicleta, el turismo de pulpería crece y mueve a personas que necesitan recuperar lo genuino y simple. “Poder sentarte y ver este lugar con tanta historia, estar tranquilos y charlar”, describe Diego Ñume los motivos que lo llevaron a viajar en  moto por caminos rurales desde Mar del Plata a la pulpería. “Necesitamos volver a las cosas simples, y en estos lugares las encontras”, completa su amigo Gabriel González. En el centro de la mesa, la clásica picada, una cerveza fresca y la ausencia de un elemento llama la atención. “Te olvidas del celular, eso es lo mejor”, afirma Ñume.

La falta de señal alimenta la sensación de desapego. Nadie revisa mensajes. Las sonrisas se oyen, la mejor aplicación es la de estar atento al movimiento de la parrilla o el disco de arado. “Siempre alguien hace algo y ofrezco lo que tenemos”, afirma Generoso. La galleta de campo se usa como plato, es territorio de hombres. “A mano abierta y a puño cerrado, así pega la caña La Mariposa”, advierte Méndez pidiendo la última medida. “Hay que seguir trabajando”, se acuerda un gaucho desde el fondo. Rápidamente la red social telúrica se activa: “Yo traigo el cordero”, apunta uno antes de irse. Las labores rurales llaman al gaucho. Cuando caiga el sol volverán a encontrarse, la pulpería los estará esperando. “Siempre abierta, nunca cierra”, concluye Lescano. 

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